lunes, 17 de febrero de 2014

lectura del día

La boda de Dama Raposa

Cuento primero
Érase una vez un viejo zorro de nueve colas que, creyendo que su esposa le
era infiel, quiso probarla. Tendiose debajo del banco y se quedó rígido, sin
menear ningún miembro, como si hubiese muerto. Dama Zorra se encerró en
su aposento, y su criada, ama Gata, se instaló en su cocina a guisar.
Al correr la voz de que el viejo zorro había estirado la pata, empezaron a
acudir pretendientes. Oyó la doncella que alguien llamaba a la puerta de la
calle; salió a abrir y se encontró frente a frente con un zorro joven, que le
dijo:
«Dama Gata, ¿en qué pensáis?
¿Dormís o acaso veláis?».
Y respondió la gata:
«Velando estoy, no durmiendo.
¿Queréis saber qué estoy haciendo?
Pues buena cerveza, con manteca al lado.
¿No desea el señor ser mi invitado?».
- Muchas gracias, doncella -replicó el zorro-. ¿Y qué hace dama Raposa?
Y respondió la gata:
«Está en su aposento,
toda hecha un lamento.
Triste tiene el rostro, triste y lloroso
porque se ha muerto su querido esposo».
- Decidle, doncella, que hay aquí un zorro joven que quisiera hacerle la corte.
- Bien, mi joven señor.
«Y subió la Gata, trip-trap.
Y llamó a la puerta, clip-clap.
-Señora Raposa, ¿estáis ahí?
-Sí, Gatita, cierto que sí.
-Hay un pretendiente que os solicita.
-¿Es guapo o es feo? Dímelo, Gatita.
¿Tiene también nueve hermosas colas pinceladas, como el señor Zorro, que en
gloria esté?».
- ¡Oh, no! -respondió la gata-, tiene sólo una.
- Entonces no lo quiero.
Volviose la gata a la puerta y despidió al pretendiente.
No tardaron en volver a llamar: era otro galán, que venía a solicitar a dama
Raposa. Tenía éste dos colas, pero no logró más éxito que el primero. Y así
fueron acudiendo otros, cada cual con una cola más que el anterior, y todos
fueron despedidos, hasta que llegó, finalmente, uno que poseía nueve rabos,
como el viejo señor Zorro. Al saberlo la viuda, dijo, alegre, a su doncella:
«¡Ábreme las puertas de par en par, y el viejo zorro me vas a echar!».
Pero en cuanto se iba a celebrar la boda, saliendo el zorro viejo de debajo del
banco, propinó un buen vapuleo a toda aquella chusma y los arrojó a la calle
junto con dama Raposa.
Cuento segundo
Habiendo muerto el viejo señor Zorro, presentose el Lobo en calidad de
pretendiente. Llamó a la puerta, y la Gata, doncella de dama Raposa, acudió
a abrir. Saludola el Lobo y le dijo:
«Buenos días, señora Gatita.
¿Cómo estáis aquí tan solita?
¿Qué guisáis que tan bueno parece?».
Respondió la Gata:
«Sopitas de leche para merendar;
si os apetecen, os podéis quedar».
- Muchas gracias, señora Gata -respondió el Lobo-. ¿Está en casa dama Raposa?
Dijo la Gata:
«Está en su aposento,
hecha toda un lamento.
Triste tiene el rostro, triste y lloroso,
porque se ha muerto su querido esposo».
Replicó el Lobo:
«Si quiere volverse a casar,
no tiene más que bajar».
«La gata se sube al piso alto,
tres escalones de un salto,
llega a la puerta cerrada
y llama con la uña afilada.
-¿Estáis ahí, dama Raposa?
Si os queréis volver a casar,
no tenéis más que bajar».
Preguntó dama Raposa:
- ¿Lleva el señor calzoncitos rojos y tiene el hocico puntiagudo?
- No -respondió la Gata.
- Entonces no me sirve.
Despedido el Lobo, vino un perro, y luego, sucesivamente, un ciervo, una
liebre, un oso, un león y todos los demás animales de la selva. Pero siempre
carecían de alguna de las cualidades del viejo señor Zorro, y la Gata hubo de
ir despachándolos uno tras otro. Finalmente, se presentó un zorro joven, y a
la pregunta de dama Raposa: «¿Lleva calzoncitos rojos y tiene el hocico
puntiagudo?», «Sí -respondió la Gata-, sí que tiene todo eso».
- En tal caso, que suba -exclamó dama Raposa, y dio orden a la criada para
que preparase la fiesta de la boda.
«Gata, barre el aposento
y echa por la ventana al zorro que está dentro.
Buenos y gordos ratones se traía,
pero él solo se los comía
y para mí nada había».
Celebrose la boda con el joven señor Zorro, y hubo baile y jolgorio, y si no han
terminado es que siguen todavía.

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